Todos acaban afirmando lo mismo, “no suele hablar, hay que sacarle las cosas”. Por analogía, yo recurriré al viejo tópico de “más vale una imagen que mil palabras”. ¿Acaso le hace falta explicar sus fotografías? Serían muchas miles de palabras las que habría que pronunciar a su favor en el análisis de sus veinte años de carrera, y otras pocas de miles las que deberían hacernos reflexionar sobre lo que refleja el trabajo de este testigo “mudo” de la más reciente historia.
Trabajador constante, pausado, solitario, no quiere depender de nadie que pudiera distraerlo de su actividad. Creo que no se perdonaría perder “la foto”. Sabe que puede confiar en él mismo, porque se lo ha demostrado trabajo tras trabajo, conflicto tras conflicto, y eso le basta y a la vez le da seguridad. Su valía a pie de campo no es la temeridad del joven, el acusado morbo de quién sólo imagina su foto en la portada de alguna revista, la inexcusable temeridad del que quiere ir un poco más allá. Tiene miedo, y lo sabe. Esa es su mejor baza. Ha conseguido dominar el miedo, canalizarlo, sacarle partido. Eso lo ha convertido en un grande.
En cuanto a los aspectos más técnicos, no cabe destacar el uso de ninguna “herramienta” fuera de lo común. Es el uso que le da el que le proporciona esos resultados. Como buen fotoperiodista saca todo el rendimiento posible de aquello que está a su alcance. No cuenta con elementos que puedan obstaculizar el normal desarrollo de su labor. Se adecua a las condiciones del entorno, sabe analizarlas e interpretarlas. No pienso que lo más destacable, o aquello en lo que debamos detener nuestro análisis sean aspectos tan técnicos.
Es una fotografía que va más allá, no hay que mirarla, hay que reflexionarla.
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